En el jardín antaño florecido
un día cualquiera con la lluvia de Mayo
brotaron por doquier hermosas flores
delicadas, pretensiosas, sonrosadas.
Fascinadas se miraban entre sí
se sentían como reinas de un castillo
se bañaban con rocío en las mañanas
se rociaban con fragancia por las noches.
Cada mañana se miraban al espejo
cada una se creía la más bella
todo el mundo hablaba de ellas
todo el mundo las quería.
Poco a poco llegaron las visitas
aumentaron y el jardín se convirtió
en paraíso de pájaros y abejas
mariposas y alegrías.
Las flores engreídas se creían
que eso era la vida y vivían
dedicadas a lucir todos los días
su esplendor y su gracia desmedida.
Pero un día llegó un viejo colibrí
queriendo prevenirlas del futuro
al oído les dijo susurrando
que un buen día todo acabaría.
Jóvenes ingenuas e incrédulas
hicieron caso omiso y continuaron
cuidando su apariencia y su belleza
desplegando felices su hermosura.
Al calor del verano maduraron
cumplieron su destino, dieron hijos
y entonces comprendieron
la advertencia del viejo colibrí.
La vida no es apariencia, es desafío
es crear un universo muy profundo
de belleza invisible y de cariño
que se esconde debajo de los pétalos.
Llegó el otoño con su viento frío
y los pétalos una vez tan coloridos
perdieron su color y su tersura
su juventud dijo adiós y se marchó
Los pistilos altivos y amarillos
vencidos ya, encorvaron sus espaldas
se rindieron a la muerte despiadada
su misión había ya concluido.
Las flores tristemente resignadas
sucumbieron ante el tiempo y fenecieron
dejando solo la belleza que es del alma
en el jardín antaño florecido.
©Vicky Toledo